Las feministas también
tiramos (y mejor)
El feminismo nos ha enseñado que los polvos son responsabilidad de los
involucrados, no solo de la mujer.
Después de “feminazi” el insulto que más recibimos las
feministas es “mal follada”, “mal tirada”, “mal culeada” y todos los sinónimos
imaginables, como si la falta de sexo o su mala calidad limitara nuestra
capacidad de raciocinio, nos generara alguna anomalía cromosomática o, lo que
es peor aún, como si tener malos polvos fuera nuestra entera y exclusiva
responsabilidad.
Pese a que este tipo de insultos casi nunca vienen solos y
más bien traen consigo un “lo que le falta es verga”, “mínimo también es
lesbiana”, no me voy a detener en lo triste que resulta que alguien reduzca el
sexo a la penetración o que no imagine una relación sexual sin un pene en el rol
protagónico (cosa que sí es a todas luces indicador de un pobre y lastimero
polvo) y más bien voy a avanzar en un par de reflexiones sobre mi vida sexual a
las que solo he podido llegar a través del feminismo.
Porque así insistamos en que el sexo hace parte de la vida
privada de cada quien, lo cierto es que está totalmente influenciado por el
mandato social y entonces la experiencia individual de cada mujer es en
realidad el reflejo de una norma colectiva.
A las mujeres se nos enseña a medir nuestra vida sexual en
función de la cantidad de hombres con los que nos hayamos acostado: que si
“perdimos la virginidad” con uno o con otro, que a cuántos se los hemos dado,
que por qué hueco ya nos lo han metido y un largo etcétera. No solo se nos
habla poco acerca de la masturbación, los orgasmos o la eyaculación femenina,
sino que son temas prácticamente censurados.
Que se nos obligue a pensar en el otro (usualmente un otro
masculino) antes que, en nosotras mismas, termina por obligarnos a vernos desde
afuera, desde esa otredad. En el sexo la situación no es diferente. No me
dejarán mentir las mujeres que me leen si digo que todas, por lo menos en
alguna relación sexual, hemos estado más concentradas en ahogar los gemidos
para que no parezcan demasiado, en arquear bien la espalda para que el culo se
vea mejor y en no perder demasiado el control de los músculos faciales por
temor a hacer alguna mueca extraña. Ni siquiera en los momentos de mayor
éxtasis e intimidad podemos ser para nosotras mismas.
La industria pornográfica, por ejemplo, no impacta solamente
en los deseos de los hombres sino especialmente en los roles que asumimos las
mujeres (lo de putas en la cama y damas en la calle lo tenemos bien
interiorizado, ¿no?). Así, no solo
nuestros referentes estéticos son distintos tipos de mujeres muy bien
construidas por el mercado -con altos componentes racistas, además- sino que
nos convencen de que una cantidad de prácticas usualmente violentas y
denigrantes deben resultarnos seductoras. ¡Ding, ding, ding, ding, victoria del
patriarcado!
Para confirmarlo, no hace falta sino darse una vueltica por
las categorías más populares de la web porno “Step fantasy” (sí, esa de
padrastros con hijastras), “bondage”, “negras”, “zorras”, “japonésas” ¡Es la
erotización de la violencia!
¿Qué supone para las mujeres la resignificación de nuestra
sexualidad desde una perspectiva feminista?
En primer lugar, nos invita a hacer que la satisfacción de los hombres
deje de ser la medida de nuestro placer, nos hace participantes de la relación
sexual y no solo como sujetos pasivos (¿se han preguntado por qué no existe un
equivalente masculino para el concepto de “vaca muerta”?), haciendo del sexo un
asunto de reciprocidad, de dar y recibir placer.
El feminismo, además, nos permite tener una relación
diferente con nuestro propio cuerpo, que no solo es nuestra herramienta para
vivir la sexualidad sino, nada más y nada menos, el único medio que tenemos
para habitar el mundo. Nos enseña que no hay una sola forma correcta de ser
mujer y que el gemido sonoro, la mueca “extraña” y el culo sin arquear también
son válidos si son manifestación del placer, de ese placer que parece
negársenos si no resulta de agrado para los demás (así, en masculino y en
plural).
Si lo correcto en el sexo es que no disfrutemos tanto o más
que los hombres, que estemos tan concentradas en el placer del otro que podamos
sacrificar el propio, pues a las feministas no solo nos están follando mal,
sino que, con seguridad, nosotras mismas también lo estamos haciendo
terriblemente. Si, por el contrario, el sexo es un asunto de justicia y de que
resulte una experiencia placentera para todos los involucrados, las feministas
tiramos mejor que cualquiera.
Foto-periodista:GONZALO ESGUERRA P.
corresponsal colombia
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